Salmos 51:17
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
Amado lector(a):
Dios te bendiga en gran manera, ya hacía rato que no nos comunicábamos, es por ello que Dios me ha puesto en el corazón el sentir de escribir las palabras que a continuación voy a redactar.
Y es que a lo largo de las semanas (meses diría yo) que han pasado sin que este blog se actualizara, muchas cosas han pasado en mi vida, muchos son episodios de gloria y alegría, y otros de dolor y sufrimiento, sin embargo, hasta este día puedo escribirte y espero que el Espíritu Santo use este sencillo escrito para llegar a más de un corazón necesitado.
A pesar de cualquier situación que tu o yo estemos pasando, hay algo que está claro por las Escrituras y es la absoluta verdad de que DIOS NO CAMBIA, El sigue siendo bueno, fiel y verdadero.
Y esta verdad absoluta es la que me confirma que el versículo que hemos tomado de base, está vigente para el día de hoy. Las promesas de Dios no tiene fecha de caducidad o tiempo límite, son para el aquí y ahora que estamos viviendo.
Entendiendo esto entremos en materia del tema de esta ocasión:
RECONOCIENDO LO QUE SOY
¿Alguna vez le has fallado a Dios? Yo si. ¿Cuantas veces? Ni lo recuerdo ya, puesto que no llevo el conteo. Creo que si tomase un cuaderno y anotara cada vez que le he fallado al Señor en mi vida, llenaría una enciclopedia DIARIA con mis apuntes. Eso me hace recordar la verdad que de los seres humanos somos IMPERFECTOS, propensos a fallar y tendemos a hacer lo malo SIEMPRE.
Ejemplo: si le damos a un niño la opción de elegir qué desea comer y en una mano tenemos una nutritiva y jugosa manzana yen la otra una bolsa de papas fritas, ¿cuál sería la decisión del infante? Sin lugar a duda, la gran mayoría de niños optaría por la segunda opción, así es, la bolsa de golosinas.
El pecado es igual: cada día tenemos las dos opciones, por un lado elegir hacer la voluntad de Dios y apartarnos del mal camino y por el otro, el volver a las prácticas pecaminosas que atentan contra las normas divinas. ¿Cuál escogemos? He ahí el dilema.
Recordemos una bella historia de la Biblia:
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El rey David se vió un día en el mismo predicamento. 2° Samuel 11 nos habla acerca de un rey que no fue a la guerra, y mientras sus ejércitos se debatían entre la vida y la muerte en el campo de batalla, el rey se paseaba por su terraza y desde la altura vió una mujer bañándose (desnuda obviamente).
Imagino a David viendo el panorama completo y dedujo que tenía dos opciones: dejar de ver a esa mujer y ocuparse en otra actividad o quedarse observando detenidamente a la mujer mientras ella se aseaba. ¿Adivinas cuál es la opción que tomó?
Más allá de eso, no solo le bastó con quedarse viendo a la mujer, sino que la mandó a llamar para acostarse con ella, sin importarle tan siquiera que era una mujer casada con uno de sus soldados. En resumen, ella queda embarazada, David manda a llamar a Urías (el marido de Betsabé) y quiere que el se acueste con ella para que todos piensen que el embarazo es de él y no de David. Al no lograr su cometido, da la orden para que el general del ejercito ponga a Urías en lo más recio de la batalla, al frente de las tropas y muriera en manos enemigas. El plan dió resultado y pasado el tiempo en que la mujer llorara a su marido, David la manda a llamar para quedarse con ella. El bebé de esa relación nace y todos vivieron felices... al menos por un año.
El capítulo 12 de 2° Samuel narra que Dios no se quedó estático ante la actitud de David, pues había cometido muchos pecados: adulterio, homicidio y mentira. Un profeta enviado por el Señor para amonestar a David, le dice que Dios sabe lo que el ha hecho y que ha pecado, que debería de asumir las consecuencias de sus malas acciones y el juicio vendría sobre el y su casa.
Acá es donde quiero detenerte y que meditemos juntos. ¿Qué actitud tomaríamos nosotros en los zapatos de David? El era el rey, bien pudo intentar sobornar a Natán (el profeta) o inclusive pudo haber mandado mandar a matarlo y asunto arreglado. Pero David no tomó esa actitud, el reconoció su error, y pidió perdón a Dios y, aunque pagó amargamente las consecuencias de sus desvaríos, Dios no lo mató, lo perdonó y le dió una nueva oportunidad. David hasta el final de sus días no dejó de adorar a Dios y se le recuerda como el Dulce Cantor de Israel.
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¿No es maravilloso? Un Dios como el nuestro bien pudo matar a David en el mismo momento por su pecado y ni siquiera darle la oportunidad de arrepentirse, sin embargo no lo hizo. Dios buscó todos los medios necesarios para hacer entender que lo que David había hecho era digno de muerte, aún así, le mostró su gracia, le extendió su perdón y David reconoció su condición, otorgándole nuevamente la paz para su alma y el perdón de sus pecados.
Querido lector, ese mismo mensaje es el que predicamos hoy en día: Dios en forma de hombre, a través de Jesús, nos extiende su perdón, nos da una oprotunidad inmerecida de salvación, nos invita a reconcilarnos, a que empecemos de nuevo, a que hagamos borrón y cuenta nueva en nuestros caminos perversos, pero UNA DECISIÓN nos separa, NUESTRA DECISIÓN de reconocer o no nuestra condición.
Es tiempo de que reconozcamos que somos malos, que nuestra vida no puede más, estamos dando vueltas en lo mismo, viviendo una fantasía en el mundo, creyendo que somos felices cuando en realidad el estilo de vida y las malas decisiones que tomamos cada vez nos alejan mas de Dios.
Si reconoces tu condición, Dios no solo te perdonará, El ha prometido olvidar todo lo malo que hemos hecho, no nos sacará en cara jamás nuestros pecados porque los ha borrado con su Sangre en la cruz.
El pecado es igual: cada día tenemos las dos opciones, por un lado elegir hacer la voluntad de Dios y apartarnos del mal camino y por el otro, el volver a las prácticas pecaminosas que atentan contra las normas divinas. ¿Cuál escogemos? He ahí el dilema.
Recordemos una bella historia de la Biblia:
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El rey David se vió un día en el mismo predicamento. 2° Samuel 11 nos habla acerca de un rey que no fue a la guerra, y mientras sus ejércitos se debatían entre la vida y la muerte en el campo de batalla, el rey se paseaba por su terraza y desde la altura vió una mujer bañándose (desnuda obviamente).
Imagino a David viendo el panorama completo y dedujo que tenía dos opciones: dejar de ver a esa mujer y ocuparse en otra actividad o quedarse observando detenidamente a la mujer mientras ella se aseaba. ¿Adivinas cuál es la opción que tomó?
Más allá de eso, no solo le bastó con quedarse viendo a la mujer, sino que la mandó a llamar para acostarse con ella, sin importarle tan siquiera que era una mujer casada con uno de sus soldados. En resumen, ella queda embarazada, David manda a llamar a Urías (el marido de Betsabé) y quiere que el se acueste con ella para que todos piensen que el embarazo es de él y no de David. Al no lograr su cometido, da la orden para que el general del ejercito ponga a Urías en lo más recio de la batalla, al frente de las tropas y muriera en manos enemigas. El plan dió resultado y pasado el tiempo en que la mujer llorara a su marido, David la manda a llamar para quedarse con ella. El bebé de esa relación nace y todos vivieron felices... al menos por un año.
El capítulo 12 de 2° Samuel narra que Dios no se quedó estático ante la actitud de David, pues había cometido muchos pecados: adulterio, homicidio y mentira. Un profeta enviado por el Señor para amonestar a David, le dice que Dios sabe lo que el ha hecho y que ha pecado, que debería de asumir las consecuencias de sus malas acciones y el juicio vendría sobre el y su casa.
Acá es donde quiero detenerte y que meditemos juntos. ¿Qué actitud tomaríamos nosotros en los zapatos de David? El era el rey, bien pudo intentar sobornar a Natán (el profeta) o inclusive pudo haber mandado mandar a matarlo y asunto arreglado. Pero David no tomó esa actitud, el reconoció su error, y pidió perdón a Dios y, aunque pagó amargamente las consecuencias de sus desvaríos, Dios no lo mató, lo perdonó y le dió una nueva oportunidad. David hasta el final de sus días no dejó de adorar a Dios y se le recuerda como el Dulce Cantor de Israel.
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¿No es maravilloso? Un Dios como el nuestro bien pudo matar a David en el mismo momento por su pecado y ni siquiera darle la oportunidad de arrepentirse, sin embargo no lo hizo. Dios buscó todos los medios necesarios para hacer entender que lo que David había hecho era digno de muerte, aún así, le mostró su gracia, le extendió su perdón y David reconoció su condición, otorgándole nuevamente la paz para su alma y el perdón de sus pecados.
Querido lector, ese mismo mensaje es el que predicamos hoy en día: Dios en forma de hombre, a través de Jesús, nos extiende su perdón, nos da una oprotunidad inmerecida de salvación, nos invita a reconcilarnos, a que empecemos de nuevo, a que hagamos borrón y cuenta nueva en nuestros caminos perversos, pero UNA DECISIÓN nos separa, NUESTRA DECISIÓN de reconocer o no nuestra condición.
Es tiempo de que reconozcamos que somos malos, que nuestra vida no puede más, estamos dando vueltas en lo mismo, viviendo una fantasía en el mundo, creyendo que somos felices cuando en realidad el estilo de vida y las malas decisiones que tomamos cada vez nos alejan mas de Dios.
Si reconoces tu condición, Dios no solo te perdonará, El ha prometido olvidar todo lo malo que hemos hecho, no nos sacará en cara jamás nuestros pecados porque los ha borrado con su Sangre en la cruz.
La desición es tuya. ¿Qué prefieres, la manzana o las papas fritas?