Heridas del alma

 

Mas yo haré venir sanidad para ti y sanaré tus heridas, dice Jehová, porque Desechada te llamaron, diciendo: Esta es Sion, a la que nadie busca. Jeremías 30:17

Te contaré una pequeña anécdota: tenía entre 5 y 6 años, veníamos de una cancha de fútbol de ver jugar el equipo de unos amigos de mi mamá. Al regresar a casa tenía un gran deseo de ir al baño. Fui a hacer mis necesidades, pero el suelo estaba resbaloso. Como era de esperarse resbalé, pero la parte trasera de mi brazo izquierdo , arriba del codo, rozó contra una botella de vidrio con el cuello roto.

Sería mentir si dijera que no me asusté, la sangre salía a mares. Mi madre me escuchó gritar y al ver el charco de sangre me vendó como pudo y me hizo recostar en un sofá mientras me calmaba y miraba la TV con lágrimas en mis ojos y un brazo vendado.

Pasaron las horas, la sangré dejó de salir, y con el paso de los días la herida sanó. Sin embargo, si ves la parte trasera de mi brazo izquierdo, justo arriba del codo, verás una cicatriz que me quedó a raíz de ese incidente. 

Cuando iba a hacer educación física la herida me molestaba, era incómodo y hubieron veces que no pude recibir la clase por miedo a que se abriera la herida. Cabe mencionar que no tuve intervención médica alguna, la herida sanó por si sola.

Ahora soy adulto, estoy en mis "enta" años y aún conservo la cicatriz. Ya no me duele como antes ni me molesta, pero es un recordatorio de aquel fatídico evento de mi niñez, el cual te acabo de compartir. Cuando alguien la ve cuento esta anécdota y hasta la recuerdo con gracia y la utilizo para hacer plática, aunque mi yo de aquel instante estoy seguro que no pensaría lo mismo.

¿Y qué tal si te digo que hay heridas más profundas y difíciles de sanar que una herida en el brazo o la pierna? Quiero hablarte de heridas que están muy profundas, escondidas a la vista del hombre pero siempre presentes para aquellos que las sufren.

Al igual que el cuerpo, el alma siente. De hecho, me atrevo a pensar que el alma siente más que el cuerpo pues esta alberga las emociones. Así como el cuerpo puede tener heridas y cicatrices, pienso que el alma también puede pasar por experiencias que quedan marcadas como a fuego, indelebles e imposibles de olvidar.

Puede ser que muchos que leemos estas palabras (me incluyo) hayamos pasado por eventos tortuosos, difíciles y muy amargos que han definido lo que somos ahora. Posiblemente hubo un antes y un después luego de aquel incidente, aquella situación terrible que quisiéramos olvidar, pero no podemos.

Muchos tenemos heridas en el alma, malos recuerdos de una experiencia negativa, experiencias que no desearíamos para nadie y nos marcaron de por vida. Quiero dirigirme a aquellas personas que albergan algún dolor en lo profundo de su ser y que está ahí, la herida pareciera haber cerrado, pero a la menor oportunidad el malestar vuelve a afectarnos.

Quizás tu has pasado por un divorcio, una mala temporada familiar, problemas en el trabajo, una violación, un secuestro, un asalto a mano armada, una enfermedad que casi te llevó a la tumba. Tal vez fue una decepción amorosa, un negocio que te llevó a la ruina, la pérdida de un empleo o un ser querido partió a la eternidad antes de tiempo. 

No puedo limitarme solo a eso, algunos mantenemos dolores tan profundos que pareciera que no hay medicina alguna que sane ese malestar que está dentro de nosotros. Yo he vivido por muchas experiencias que me han dejado marcado, no solo física, sino también emocional, psicológica y anímicamente.

Pero esta reflexión es para ayudarnos, para que veamos que hay uno que aún mantiene en Sus Manos las heridas de los clavos que lo mantuvieron en la Cruz. Quiero hablarte de aquel que fue rechazado, escupido, quebrantado, olvidado por sus amigos, abandonado por sus seguidores. Aquel que soportó la burla, el dolor, la vergüenza, la pena y la incomprensión. 

Y tal como lo expresa el versículo base de este día, Dios te envía sanidad a tus heridas, porque El sabe que las tienes. Aunque los demás no las veamos, aunque nadie más sepa de tu dolor, hay alguien que si conoce perfectamente por lo que pasaste (o estás pasando), te comprende y no te juzga, sino que viene a acercarse a ti para darte consuelo y de una vez por todas hacer que esa herida sane por completo.

No voy a menospreciar el dolor de nadie, pero si quiero decirte que no importa lo que te haya marcado, lo que te quite la paz, aquello que te atormenta y no te deja ser feliz. Esa herida profunda encuentra sanidad en Dios, específicamente en la persona de Jesús, quién fue el que vino a dar su vida por todos nosotros.

¿Te confieso algo? NO estás solo. Millones de personas tienen heridas en su interior; el detalle es que muchos no quieren admitirlo y se niegan a recibir el Amor de Dios, que es lo único que puede sanar las heridas del alma.

Es mi deseo, que este día tu le abras tu corazón a El y le confieses (aunque El ya lo sabe) aquello que te duele, que le cuentes lo que pasa, que permitas que El traiga ese bálsamo de sanidad sobre tu vida y haga una obra de restauración en ti.

Cuando veas que tus heridas sanen, cuéntale a otros lo que Dios hizo por ti. Yo lo estoy haciendo en este momento. No te avergüences de quién eres, tu puedes convertirte en el mejor testimonio de vida.